jueves, 30 de septiembre de 2010

Una vuelta al mundo en una hora

Este sábabo, a las 20 hs., en Ferrowhite (museo taller) nueva función de la cuarta obra de teatro Documental "Flying Fish. La vuelta al mundo con Roberto Orzali."


Flying Fish [02/20/10] from Ferrowhite on Vimeo.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Una nueva vida en el relato



http://www.lanueva.com/clipcaja/info/0a16a87fb8/411/77721.html


Video en la Nueva Provincia realizado por Matías Matarazzo sobre la obra de Teatro Documental "Flying fish" la vuelta al mundo por Roberto Orsali en el Museo de FerroWhite .

sábado, 25 de septiembre de 2010

Página 1




Ale Ponte me dió el libro de Jean Baudrillard "El crimen perfecto" porque no puede avanzar y me dice: "capaz a vos te gusta, contame que te parece" ,unos días antes Ricardo de Armas me lo recomendó. Casualidades que me suelen pasar seguido. Abro una página, concretamente la 194 y leo: ..."Qué nos enerva? tiempo atrás habría sido qué nos apasiona? pero ahora ya nadie se siente apasionado, ni asqueado, sólo enervado" pero que le pasa a éste Jean B que la palabra nadie la usa para definir una idea? Cuando leo "Nadie" me encabrono porque es una palabra que lo pinta clarito o lo despinta. Prometo leer un poco más de Baudrillard porque fue el pacto. Me veo complicada porque me va a costar igual que a Ale.
Siempre crítico los que hablan leyendo la contratapa de las cosas y no quiero hacer lo mismo. Empiezo por la página 1.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El arte es un juego que hay que tomarse en serio

Foto de Platea. 2008


Paul Auster dice: "Cada vida es el producto de un accidente que sucedió una vez "
Al pato lo vi una vez tirado en un patio y lo recorde mil veces hasta que un dia supe que era el momento de darle una oportunidad. Lo que hago despues del accidente me lleva una vida. Un accidente elegido no es lo mismo que uno no elegido. De cual habla Auster?

sábado, 18 de septiembre de 2010

Cronica de un viernes danzado

Foto de Cornucopiae de Regine Chopinot
10 am se muestra para secundarios la obra Encantada en la Escuela de Danza, una obra que se pregunta qué puede hacer un cuerpo joven, cuerpos con ternura, fuerza, precisión y además muy clara compositivamente.
19 hs la obra Lemonchello, una obra con alumnos más grandes y con mucha experiencia, también en la Escuela de danza, una obra de danza con un formato clásico (canon, pregunta y respuesta y final chan chan ) que la hicieron genial. Con la palabra belleza saltando en una pata.
La danza contemporánea tiene muchas vertientes, la vertiente que a mí me gusta no tiene entre sus preocupaciones la belleza porque intenta salir del inventario de las preocupaciones de otras generaciones de lo que es bello y lo que no, la tarea del docente y del artista de hoy es estudiar el presente. En Encantada desaparecen los paradigmas de belleza, la palabra se desplaza a otro lado, quizás se pone más cerca a un estado, a un lugar , a un modo de componer. En Lemonchello la belleza aparece en su salsa, cuanto más se parece a lo que conocemos, a ese ideal que hace mucho nos persigue, más nos gusta. Disfruto mucho de ambas opciones y distingo qué cosas se ponen en juego cuando las miro sin tener que elegir por una o por otra. Pero eso es personal y en una Escuela no es cuestión de gustos sino de comprender cómo evolucionan las épocas y qué juego jugamos. Bailamos? Me gusta la convivencia, siento que hace bien.
22hs me encuentro con Victoria Ansiaume para ordenar la charla que va a dar dentro del marco de Entre ciclos en la Alianza sobre Regine Chopinot (doy mas data en dias). Preparamos el guión y miramos un documental y en una parte la Chopinot dice: Bailo las preguntas para encontrar la respuesta. Entonces cada obra es una pregunta distinta: ¿qué pasa si bailo sin parar? ¿qué pasa con el tiempo que se transforma? ¿qué pasa si me tapo el cuerpo (que siempre esté expuesto en la danza) al punto de no distinguir quién es quién?
Un viernes con 3 momentos y 3 preguntas y una sola respuesta:
Cómo?
Por qué?
y dónde?
Mirar el hoy con los ojos de ayer hace que ciertas prácticas contemporáneas permanezcan ilegibles porque no se quiere aceptar el hecho doloroso de que ciertos problemas ya no se pueden plantear de la misma manera.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

El hombre de al lado

Ayer fui a ver la pelicula de los hermanos Duprat "El hombre de al lado" y automaticamente hice relacion con los hermanos Cohen por la semejanzas y las diferencias para contar una historia. Me paso que al terminar quede pataleando en el aire como los dibujitos animados antes de caer al precipicio y algo hizo que volviera a los Cohen para encontrar en la diferencia la red que me ataja al final. Recuerdo que ellos construyen marcianos de este mundo y te hacen dudar de que lado estas, porque se nota que quieren a sus personajes y eso desvia el blanco , ya no te preguntas quien es el hijo de puta sino que uno de ellos podes ser vos, de manera incomoda te ves envuelto en la contradiccion. En " El hombre de al lado" me siento muy comoda mirando de afuera, diciendo lo mismo que Gaston Duprat...“Para nosotros, un tema recurrente es el de la ideología y la apariencia” ,“Cómo actuás cuando las papas queman de verdad, cuando alguien necesita algo, cuando tenés que ser solidario. A mí me fascina eso: quiero saber cómo se va a comportar la gente, los de izquierda, los de derecha, los intelectuales, los que tiene guita. En qué momento llama uno a la policía, a quién se le frunce primero. O, si te mandás una cagada en el tránsito, quién frena a los 20 metros, quién a los 50 y quién nunca. Creemos que la película, en este sentido, obliga al espectador a tomar partido, y a revelar sus modos de pensar profundo.” Y es ahi donde la operacion se da vuelta porque los Cohen no me dejan nunca el control, no me la simplifican y facilitan, termino dudando si soy la grasa o el garca, salen del panfleto y de ahi se desprende el sentido. Me gusto verla y muchas cosas me sorprendieron.
Al final el garca queda muerto en vida, el grasa queda muerto para siempre.
Nadie se salva pero yo si (los directores tambien) y eso no se los perdono.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Me dijo que bailar es dibujar en el aire

....Dora Mendez me tomo del brazo y todo el trayecto hasta arriba de mi cabeza era un organismo vivo, un espacio que se comprime y expande, se acumula y se sustrae, se enrosca y desenrosca. Diciembre de 1980.
Algo parecido me pasa cuando estoy con vos.


miércoles, 8 de septiembre de 2010

Piel como cuero


" Hay que llegar hasta el hueso". Eso es lo que me gusta del proceso de una obra, uno siente que le falta piel, despues carne y al final hueso. Podemos pensarlo en otro orden. Hueso como estructura, carne como intensidad, piel como poetica. Yo siempre empiezo en forma radial, los tres a la vez, equidistantes y voy balanceando como me da el cuero.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Ya no puedo ver mas arte





Vuelvo sobre algunos artistas que me gustan para entender como seguir la ruta. Hoy a la noche voy a Bahía in-sonora con muchas ganas y me acuerdo de Tim Ulrichs.
Porqué me acuerdo? tatuarse en su ojo The end me mueve de lugar y me conmueve cada vez que lo recuerdo. Lo que no sé porque lo relacioné con Bahía In-sonora. Seguro me va a caer la ficha después de la función. Ojalá!!!.( siempre me pareció una palabra árabe que deviene música en cada parpadeo, ojalá alá la la. The end. Aplausos y me voy a casa).
Acá va nota de Miguel Rothschild sobre éste alemán increíble.


En el año 1975 el artista alemán Timm Ulrichs se paseaba por los pasillos de la feria de arte de Colonia con anteojos negros, bastón blanco, un brazalete de ciego y un cartel colgado del cuello con la inscripción: Ich kann keine Kunst mehr sehen (“Ya no puedo ver más arte”). Hace pocos meses mi Fan cumplió 70 años.

El mercado del arte le fue y le sigue siendo bastante ajeno y esto lamentablemente le cerró –por lo menos hasta este momento– el camino de la trascendencia internacional. Por este motivo imagino que su nombre es desconocido para muchos argentinos al igual que su obra maravillosa, desbordante de ideas, energía, humor e inteligencia.

Ya de muy joven, Ulrichs se propuso hacer de su vida un acontecimiento, una obra en sí misma, y con este fin abrió en 1961, a la edad de 21 años, en Hannover, Alemania, una oficina que denominó de “Arte total y banalismo”. Ulrichs es por propia definición un artista total, actitud que se puede ver desde dos perspectivas diferentes: por un lado, su obra se caracteriza por lo heterogéneo y variable; por otro lado, Ulrichs se nutre dentro de su proceso de creación, de una diversidad inagotable de fuentes de inspiración. El arte total es para él un proceso estético, reflexivo, de sensibilización respecto del mundo que lo rodea y al cual constantemente cuestiona.

“Arte es vida, vida es arte” es la consigna de su trabajo, así como lo fue también para otros artistas como Piero Manzoni y Alberto Greco en los años ‘60. Justamente la primera obra que conocí de Ulrichs se emparienta con la última realizada por Greco, donde –según cuenta la leyenda– poco antes de quitarse la vida se escribió la palabra “fin” en la palma de la mano. Ulrichs se hizo tatuar en 1970 “The end” en un párpado, de forma tal que sólo es posible leerlo cuando tiene los ojos cerrados.

Poco después de este primer contacto con su trabajo vi otra obra de 1968 llamada Ceci n’est pas une pipe de Magritte (“Esta no es la pipa de Magritte”). Este título está escrito en la parte interna de la tapa de una caja, en donde Ulrichs colocó una pipa-objeto, una copia de la pintada por René Magritte en su famosa serie La traición de la imagen (1928-29), icono del arte conceptual.

Este tipo de actitud, que incluye el poder jugar y reírse del mismo conceptualismo, es lo que me fascinó desde un comienzo. Ulrichs es un malabarista en el campo de las contradicciones y del absurdo.

Qué mejor manera entonces de terminar esta nota que traduciendo la frase que el artista talló en su lápida, anticipándose a su muerte: Denken Sie immer daran, mich zu vergessen! (“¡Acuérdense siempre de olvidarme!”) Timm Ulrichs * 31.3.1940.



Data de Tim:


Es un artista conceptual alemán nacido en 1940, que se destaca por sus performances, acciones e instalaciones. Pese a haber ganado innumerables premios y ser muy respetado en el medio artístico por el importante significado histórico de sus obras, la marca patentada de Ulrichs es mantenerse lo más alejado posible del mercado del arte.
Bajo el lema “life is art, art is life” el artista ha creado decenas de documentos a la vez que se ha autoexpuesto como obra de arte. Sus acciones rescatan el sentido profundo y reflexivo del arte conceptual, uniéndolo con el contexto social y cultural de nuestros días. Sus juegos, sus preguntas y trabajos son la base de su grandeza y permanencia artística. Este año Ulrichs cumplió 70 años.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Una carta para leer vivo

La muerte según Fogwill


Por Vera Fogwill

Cuando casi adolescente empecé a escribir, nada casualmente Fogwill se quitó el Rodolfo Enrique y el Quique y pasó a ser, no sé cómo, sólo Fogwill para todos, incluso para mí. Una manera egocéntrica de saber que todo le pertenecía a él. Incluso los Fogwilles de Devon en su sangre y toda raza o estirpe menor que le sucediera. A mí me queda pensar si podré seguir siendo Fogwill, más allá del absurdo título de condesa que heredé. Si debo firmar simplemente así, como hubiese querido él, o debo cambiarme el nombre definitivamente por el seudónimo literario con el que desde hace años escribo.

Ser la hija de Fogwill es como el poema que escribí el otro día sobre Borges que titulé “Las pobres hijas de Borges”, en alusión a lo que no tuvo y a lo que, si hubiera tenido –una hija que escriba–, le habríamos dicho todos: “Pobre hija de...”. Es intentar ser actor siendo hijo de Vittorio Gassman, intentar hacer cine siendo hijo de Ozu, intentar ser meditativo siendo el hijo de Osho, intentar ser persona siendo el hijo de un animal.

“Escribo para no ser escrito”, se limitaba a decir siempre él. ¿Y ahora qué carajo hago, papá? ¿Escribo para que no seas escrito o dejo de escribir? Me quedo impregnada de las palabras que me envió Teresa Lamborghini, otra pobre hija de, al día siguiente del funeral de mi padre, que fue casualmente pocos meses después que el de su padre y en el mismo lugar. “Fui a saludarte, Vera... a verme supongo... Tensiones que ni llorar podés... Entre los hermanos, las actuales, las ex que llegado el momento no quieren perder actualidad, las que iban a ser o creyeron ser o quisieran ser y al revés... Que si se lo crema al muerto, que si se lo entierra, que si se lo atendió debidamente, que... Esto es sólo el comienzo, te dije con un abrazo fuerte con el que de paso me abracé, cosa que no había tenido tiempo de hacer desde noviembre, cuando yo estaba ahí adonde ahora estás. Sigue que empiezan a reescribir, adelante nuestro, ahí, ‘cosas’ que uno sabe que ni remotamente fueron como se las está relatando... Y ahora tantos escribirán.”

Sólo puedo escribir estas líneas a pedido de mi íntimo y querido amigo Martín Pérez, y lo hago en breves minutos, en medio de la noche, casi sin detenerme a pensar. Cuando salí del quirófano, en mi parto, antes de que me den a mi hijo, pese a tener prohibido aparecer, él ya había logrado inmiscuirse e invadido mi habitación del sanatorio a media noche. Ya había llamado a todo el mundo para contarles y me esperaba allí, creo que fumando. Yo quería asesinarlo, pero tanto amor me lo impidió. No puedo dejar de oír sus comentarios a su nieto cuando volvían de la plaza: “Ni una mina, una pálida, todas viejas chotas de veinte con culos gordos, ¿no, Aki? ¿No hay otra plaza por acá?”.Mi padre para mí, como padre, fue un gran escritor. No se lo podía molestar, no se le podía quitar minutos a su silencio ni a su pensamiento. Su mejor novela es su vida, una vida más impactante que cualquier escrito que hayan podido encontrar o leer de él y/o sobre él. La mejor literatura la hizo en las noches arrullándome para dormir, jamás –mientras me tocaba estar con él– me dormí sin un cuento de mi padre, jamás. Hasta de grande era capaz de meterse en mi cama a contarme un cuento, pese a que yo, dormida, me sobresaltaba y le decía: “¡Papá, ya estoy grande para cuentos!”, “¿Papá, estás drogado?”, “¡Papá, soy tu hija!, ¡Papá!”.

Debo confesar que no creo en la muerte, en la única muerte que creo es en la mía. Ahí dejarán de existir todos, los que están y los que no están, porque viven en mí. De beba me llevaba en moto, y caminaba poniéndome adentro de una bolsa de mercado. Mi cabecita salía por esa hamaca ya desorbitada. Mi padre durante mi infancia no me llevó a Disney, a pesar de tener colecciones de autos antiguos, excéntricos y barcos y mucha plata, o guitas, como decía o dice él. Me llevaba a la pensión donde vivía su amigo Leonardo Favio y me hacía practicar y tocar frente a ellos en la guitarra milongas y gavotas. En sus años brasileños me llevaba de visita a lo de su amigo Caetano Veloso y lo observaba componer tristes canciones. En sus años de barco me hacía vivir solos en alta mar. Una vez mi abuela me llevó a verlo a Londres, donde estaba viviendo. Yo no entendía por qué no llevábamos equipaje, ni tomábamos aviones. Londres era finalmente la cárcel. Allí lo visitaba. Y él no tenía problema en presentarme a un asesino que había matado a su mujer por rompe-pelotas. Y me explicaba que por fin allí escribía en paz, sin chicos hinchando las bolas, tráiganme puchos.

Mi padre era de esos que te enseñan y te obligan a dar el asiento a los mayores, pero se queda cómodamente sentado mientras lo hacés vos. Pero también era de los que llegaban cargados de chocolates para entregar al colegio en plena época de Malvinas. Creo que fue esa sola vez a mi colegio, porque nunca lo vi en los actos. Tenía once años y mi mayor preocupación era pensar cómo podía pagar todas las deudas, éramos nuevamente muy pobres. Un abogado me explicó que las deudas no se heredaban, pero se equivocó. Se hereda otra cosa: la herencia es la vivencia. Llego a lo de mi viejo, está cagado a palos, viene un cana a llevarse la tele, la puerta abierta siempre, me mira y se la lleva igual. Fogwill parecía un monstruo, estaba desfigurado, pero estaba bien, no había pasado nada, nena. Me levantaba en la mañana y mi padre siempre me dejaba una nota al pie de mi diario íntimo. Lo había estado chusmeando a fondo. Analizaba mis textos sobre pijamas parties como textos de Proust. Me explicaba por qué estaba bien o mal escrito. Yo sólo tenía escrito “me gustan Los Parchís”, o “mi amiga Viole es lo más”. Sin embargo, él precisaba saberlo todo. Todo lo que yo hacía era genial, siempre fue un fan mío, por no decir suyo.

No me enseñó a manejar. Las minas no pueden manejar, por eso le robó el Citroën a mi vieja. Cuando no puedo dormir, nada mejor que escuchar el tipeo de una máquina de escribir IBM. Traía a genios como Laiseca para que compartamos el mate, prefería llevarme a geriátricos a ver tíos abuelos moribundos, prefería llevarme a velorios a ver amigos ya muertos, prefería llevarme al bar La Paz a escuchar sobre los que se habían ido hasta la hora que llegaba la revista Billiken, que siempre me compraba antes de irme a dormir a la madrugada.

Finalmente, luego de haberme explicado toda su vida qué era la muerte, la muerte de las creencias de cualquiera que sea que uno tenga, de cualquier sueño que uno quiera, de cualquier cosa que uno vea, me la mostró. Cuando una semana antes me dieron sus cosas en el hospital, elegí un libro de los que tenía con él. Era una novela de Elvio Gandolfo: Cuando Lidia vivía, se quería morir. La abrí al azar y decía algo así como “el padre se despide de la hija muerta”. La cerré aterrada. Mi papá me estaba avisando que él no se moría ahora, que me moría yo. Luego de tener una semana para digerir esto y más, pude estar ahí toda esa última noche y darle la mano y ver cómo era todo eso de lo que de alguna manera me había estado hablando toda su vida. La muerte de a poco de cada parte de su cuerpo, el fallo de un órgano, la defunción de un miembro inferior, superior, la presión que se va, el latido que se apaga, así como en una cátedra de vida. Sin dolor. Ver eso, vivir eso, me posiciona en otra parte. Nacer es bello, morir lo es también. Sobre todo cuando la persona que muere lo sabía y, más que eso, lo decidía. Sobre todo cuando esa persona vivió y muy pocos lo hacen; vivir es ser, y él fue quien quiso. No todos lo logramos, no todos podemos traspasar la barrera moral y reírnos. Ahora es sólo parte de mí y no Partes del todo, como titulaba él uno de sus tantos libros. Ahora si me remito a su “Sentimiento de sí”, aquel poema magnífico que me dedicó sólo a mí: “Padres: metros maestros de palabras, restos de lo legado y lo perdido, poderes, patrias, potestades, nada...” Y en el que me puso a mano en la primera hoja: “Gracias por tu silencio”. Aquel silencio que prometí tener y que cumplí.

No puedo dejar de pensar en que se fue literariamente haciendo referencia a Piglia, con su respiración artificial. Era muy chica, se publica Help a él y le había puesto Vera a un personaje y Vera era una puta... Y esa puta soy yo, la diferencia es que en ese entonces ni siquiera sabía lo que era coger. Poco entendía de la referencia sonora a “El Aleph”, y el juego con el nombre de Beatriz Viterbo para Vera Ortiz Bety. Yo cursaba tercer grado y le pregunté, llorando: “¿Por qué le pusiste Vera a una puta que te cogés y te mea? ¡Por favor, no se lo regales a mi maestra, papi!”. En ese entonces no había Veras, así que esa Vera para la nena que era entonces sólo podía ser yo. El sólo me contestó otra cosa: “Vera es la verdad, estar cerca de ella, en la orilla. Eugenia, tu segundo nombre, es el origen de la génesis del gen, del genio”, que me dio origen, y estaba hablando de él, claro. Y agregó: “Fog-will es y será siempre estar entre la niebla, tinieblas, o mejor aún: el deseo de ellas”. Pero se parece más sonoramente al fuck.

Cuando falleció, que es sólo ya un decir, o una obra más suya, subí a mi auto estacionado en la puerta del hospital. Estaba con el amor de mi vida, a quien mi padre adoraba y en la radio empezaba a sonar “No me importa morir”, ¿de quién?, de El Otro Yo. Con Suomi nos miramos. Mi papá me trabó la puerta. El no lo vio, yo sí. Es que soy yo!, yo!, yo!, como dice aún su contestador. Yo.


La semana pasada, Rodolfo Enrique Fogwill, el escritor que quiso convertir su nombre no sólo en adjetivo sino también en marca, murió a los 69 años. Radar lo despide a través de amigos, escritores y lectores de la obra que dejó.